Los cuentos forman parte de nuestra historia tanto personal como colectiva, nos han acompañado desde nuestra infancia pero también desde los inicios de la humanidad siendo una de las herramientas más poderosas con las que ha contado el ser humano para el aprendizaje del mundo.
Los cuentos no son meras narraciones, son un acto mágico en sí mismos, basta con escuchar las palabras “Érase una vez…” y como si de un conjuro se tratara sumergirnos en una atmósfera especial donde todo es posible.
Los cuentos clásicos que forman parte de nuestro inconsciente colectivo beben en fuentes antiquísimas que responden a una serie de arquetipos y mitologías propias de cada pueblo.
Han habido grandes narradores de cuentos como Christian Andersen o Charles Perrault y también grandes arqueólogos de dichas historias como los Hermanos Grimm.
En estas historias los niños, pero también los adultos aprendían del mundo que les rodeaba, el mundo material y el mundo sutil.
Existe una relación íntima y especial entre la narración del cuento y la ilustración del mismo. Y quizás sea aquí donde la ilustración alcanza su máximo poder, al menos para mí, donde emerge su sentido más profundo y donde se convierte en un arte con mayúsculas, cuando el ilustrador se adentra en el universo de las palabras de una historia y pone al servicio de éstas su propio universo personal, enriqueciendo de esta manera la obra, llevándola a nuevos horizontes de belleza y magia.
Hay un momento en la historia de la ilustración que se denomina la Edad de oro que tuvo lugar entre finales del siglo xix y principios del siglo xx, coincidiendo con un periodo artístico y social muy especial. Algunos de los movimientos artísticos más importantes tuvieron lugar en este periodo antes de la primera Guerra mundial. En aquellos años de la Belle Epoque la ilustración de cuentos alcanza unas cotas de calidad incomparables hasta entonces (más adelante realizaré un post sobre esta interesantísima época).
En esta edad de oro se encuentra lo que algunos llaman la santísima trinidad de la ilustración, Arthur Rackham, Edmund Dulac y Kay Nielsen, siendo este último de quien hablaré a partir de ahora.
Kay Nielsen nació en Dinamarca en 1886 y es uno de los mejores ilustradores de todos los tiempos, responsable entre otras cosas, de depurar la técnica permitiendo con ello que las reproducciones de los trabajos fueran cada vez más precisas de acuerdo al original.
Cuenta con una extensa bibliografía e ilustró de forma magistral algunas de las historias clásicas del folclore escandinavo y europeo.
Consiguió generar una atmósfera única y personal donde se combinan elementos fantásticos en un clima onírico, sin dejar de lado cierta oscuridad que refleja muy bien el sentido de estas obras infantiles no tan infantiles, donde el bien y el mal, la luz y la oscuridad conviven siendo el escenario de tramas mucho más complejas y profundas de lo que a simple vista puedan parecer.
Trabajó para Disney durante unos años, siendo el responsable de algunas de las escenas más vanguardistas y especiales de Fantasía como Una noche en el monte pelado y Ave María. También trabajó en el concept art de la sirenita, sin embargo su estilo no llegó encajar con la compañía y la abandonó decepcionado y frustrado.
Quizás su trabajo más recordado y aclamado sean las ilustraciones que realizó para la colección de relatos Al este del sol y al oeste de la luna, una antología de quince historias tradicionales escandinavas recogidas por Peter Christen Asbjørnsen y Jørgen Moe, donde se encuentran algunas de las láminas más bellas de este genial ilustrador.
En una época donde lo digital no existía y las historias para niños eran mucho más que historias para niños, este ilustrador pone al servicio de los cuentos todo su potencial creador, elevando a una categoría artística tremendamente elevada el concepto de ilustración.
Las obras de Nielsen son de una calidad excepcional, complejas, profundas, hoy en día diríamos que están más cercanas a la obra de arte propiamente dicha que a la ilustración infantil. El uso de los colores para generar atmósferas oníricas y profundas, la estilización de las formas y cierto barroquismo en el conjunto de la obra resultaron quizás no del gusto de todo el mundo para la época anterior a la Primera Guerra Mundial, siendo así que durante sus últimos años y a pesar de ser considerado uno de los mejores ilustradores de todos los tiempos, vivió sobreviviendo a base de encargos que no tenían nada que ver con la ilustración de historias, algún cartel publicitario, murales para escuelas y poco más.
Hoy en día su libro al Este del sol y al oeste de la luna es uno de los más buscados por coleccionistas y un original suyo firmado en 1914 fecha de la primera edición, alcanzó en subasta el precio más elevado hasta la fecha por una obra de ilustración infantil. Coincidiendo con el centenario de la publicación de este clásico, la editorial Taschen reeditó la obra agrandando las ilustraciones originales para apreciar con mayor detalle la extremada calidad y complejidad técnica de este fascinante ilustrador.
Libre de derechos se puede encontrar una versión en inglés alojada en el Proyecto Gutenberg.
En 1924 ilustró una versión de Los cuentos de hadas de los hermanos Grimm y en 1930 entregó a imprenta el que sería su último trabajo como ilustrador editorial, Magia Roja, donde se recogen e interpretan algunas escenas de Las mil y una noches.
En una época como la nuestra donde poco a poco lo digital va ganando terreno a lo tradicional, pero al mismo tiempo se recupera cierto gusto por los trabajos artesanos, conviene tener presente a uno de los máximos representantes de la ilustración editorial de cuentos y fantasía. Pasear por su trabajo recreándose en los detalles de sus acuarelas y en la delicadeza de sus dibujos y seguir soñando como cuando éramos niños. Pues al fin y al cabo de eso se trata.